El siglo XVII fue una época de transición. Las naciones europeas, encamadas en sus respectivas familias reales, luchaban por la hegemonía en el antiguo continente. En Francia se agudizaron las cuestiones sociales, lo que provocó la intervención constante del Estado en la vida económica. Se fomentó la política de establecer manufacturas de telas suntuosas (sedas, brocados, terciopelos, rasos, encajes) y también tapices, prohibiéndose al mismo tiempo la importación de los mismos.
Los nobles deseaban destacarse por su indumentaria, y sus trajes estaban confeccionados con ricas telas y finos adornos. La mujer siguió usando el corpiño ajustado y el escote bien abierto, que dejaba el cuello libre. Las mangas eran amplias y se plegaban sosteniéndolas con piedras preciosas. A veces, el vestido simulaba una doble falda con guardas bordadas con hilos de oro. Las cofias con el ala plegada completaban el atuendo femenino. En la indumentaria masculina se destacaban la chaqueta acuchillada, la capa corta y el sombrero con plumas.
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