Los turcos cubrían su cabeza con una gorra cuadrada o redonda de fieltro que, según se cree, tomaron de los tártaros y que por lo general tenía guarnición de piel. Los funcionarios usaban gorras de distintas formas, pero de paño rojo.
En el siglo XV, especialmente después de la toma de Constantinopla, capital del imperio romano de Oriente, comenzaron a usar un turbante en forma de calabaza. Para ello rodeaban la gorra con gran cantidad de muselina blanca. Este tipo de turbante llegó a ser insignia de los distintos funcionarios, cada uno de los cuales tenía asignada con exactitud una forma, un color y un tipo de adorno.
Además, las gorras servían de distintivo a las diversas actividades o trabajos. Por ejemplo, los cocineros del sultán llevaban gorras muy grandes y muy huecas, terminadas por debajo en cuatro puntas.
En los días de lluvia se usaban gorras que se ensanchaban en forma de paraguas y que calan por encima del turbante. Los nobles colocaban en el centro piedras preciosas y oro.
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