En la época del Renacimiento, el vestido femenino tenía falda amplia y larga hasta el suelo. También se usaba una falda interior de cañamazo de forma acampanada, predecesora del miriñaque.
El corpiño era ajustado y el escote redondeado o cuadrado. Pero eran las mangas las que ofrecían mayor variedad. Se las usaba largas y ajustadas o muy amplias y forradas con telas de color diferente. A veces la falda se abría por delante en el medio, dejando ver una suntuosa falda de brocado. También el corpiño se abría en forma de V permitiendo admirar una pechera delicadamente bordada.
Como abrigo se usaban largas capas forradas de pieles. Para la vestimenta se empleaban telas suntuosas, como sedas y brocados importados de Oriente, terciopelos de Venecia, lanas de Flandes y batistas de Francia. Las joyas más comunes eran los collares de oro; también piedras preciosas o cruces pendientes de una cinta fina de seda.
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