En                    la época del Renacimiento se preferían telas suntuosas                    para confeccionar los vestidos femeninos y masculinos. A Inglaterra                    llegaban telas de diversas partes de Europa, y el activo comercio                    estaba apoyado en una marina mercante cada vez más floreciente.                    Desde Oriente se importaban brocados y sedas muy suntuosos con                    dibujos vistosos y de vivos colores; de Venecia se traían                    terciopelos lisos y bordados con hilos de oro; de Flandes llegaban                    telas de lana, seda y raso; de Francia, las delicadas batistas                    utilizadas en camisas y tocados. En tiempos del rey Enrique                    VIII, la moda masculina se dividió en dos corrientes.                    La primera se caracterizaba por el estilo cuadrado y los hombros                    acolchados; la segunda, por una línea más bien                    delgada.
                 Las                    mangas eran muy abultadas y acuchilladas, tanto en la vestimenta                    femenina como en la masculina. Las clases más humildes                    continuaron usando vestidos sencillos, con mangas y busto ajustados,                    y falda amplia que llegaba hasta los pies. Los cabellos eran                    cubiertos por una toca.
                
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