Hacia el año 1910 la vestimenta femenina abandonó la austeridad característica de fines del siglo anterior y se hizo más suntuosa. Volvieron las telas como el terciopelo, el brocado, las sedas brillantes, los encajes y los bordados. La falda, ya sin miriñaque, se recogía con pliegues que le daban un movimiento particular. La chaqueta de brocado llegaba hasta la cintura y tenía adornos de piel de zorro blanco en el cuello, en los puños o en manguitos para abrigar las manos.
Los sombreros tenían gran importancia en la indumentaria. Por lo general eran de ala ancha: en invierno, de fieltro o terciopelo con adornos de pieles y plumas; en verano, de paja con flores, pequeñas frutas de tela y tul.
El accesorio más común era el bolso y se confeccionaba de terciopelo o de raso bordado con piedras o perlas. El calzado era, por lo general, de raso o de gamuza con tacones altos.
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